Presentado a concurso de microrrelatos.
NOCHES DE TORMENTA.
La tormenta rugía como un dragón y el
resplandor de los relámpagos se filtraba por las ventanas dibujando
fugaces sombras en el interior del abandonado edificio de los viejos
juzgados. El morbo atraía, de vez en cuando, a periodistas y
parapsicólogos especializados en fenómenos paranormales. Dentro,
sólo el espectro de Enrique Miralles tenía la jurisdicción. Las
distintas dependencias, sótanos y escaleras eran sus dominios.
Fuera, un sucio y oxidado cartel apercibía de multa a todo aquel que
osara traspasar los grises muros del viejo caserón. Un delito de
malversación de caudales públicos había condenado a su alma a
vagar, errante, por toda la eternidad, entre fantasmales legajos y
expedientes.
Y, a veces, en agitadas noches como
esta, el ilustrísimo juez Miralles se entretenía en leer sus
propias sentencias.
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